No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podáis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar. 1Corintios 10:13.
Como pueblo, a pesar de que profesamos practicar la
reforma pro salud, comemos demasiado. La complacencia del
apetito es la causa más importante de
la debilidad física y mental, y es el cimiento de la flaqueza que se nota por doquiera.
La intemperancia
comienza en nuestras mesas, por causa del
consumo de alimentos malsanos. Después de un tiempo, por causa de la complacencia continua del apetito, los órganos digestivos se debilitan y el alimento ingerido no satisface. Se
establecen condiciones malsanas y se anhela ingerir alimentos más estimulantes.
El té, el café y la carne producen un efecto inmediato. Bajo la influencia de estos venenos, el sistema nervioso se excita y,
en algunos casos, el intelecto parece vigorizado momentáneamente y la imaginación resulta más vívida.
Por el hecho de que estos
estimulantes producen resultados pasajeros tan agradables, muchos
piensan que los necesitan realmente, y continúan consumiéndolos.
Pero siempre hay una reacción. El
sistema nervioso, habiendo sido estimulado
indebidamente, obtuvo
fuerzas de las reservas para su empleo inmediato. Todo este pasajero fortalecimiento del organismo va
seguido de una depresión.
En la misma
proporción en que estos
estimulantes vigorizan temporalmente el organismo, se producirá una pérdida de fuerzas de los órganos excitados después que
pase el estímulo.
El apetito se acostumbra a desear algo más fuerte, lo cual tenderá a aumentar la
sensación agradable, hasta que
satisfacerlo llega a ser un hábito y de continuo se desean estimulantes más fuertes, como el tabaco, los vinos y licores...
El principal motivo que tuvo Cristo para soportar
aquel largo ayuno en el desierto fue enseñarnos la necesidad de la
abnegación y la temperancia. Esta obra debe comenzar en nuestra mesa, y debe llevarse
estrictamente a cabo en todas las circunstancias de la vida.
El Redentor
del mundo vino del cielo para ayudarnos en nuestras
debilidades, para que, con el
poder que Jesús vino a traernos, logremos fortalecernos para vencer el apetito y la pasión,
y podamos ser vencedores en todo. Joyas de los Testimonios 1:417-419. [300]